Hace algunos años llegué a trabajar como consultor a una compañía colombiana de gran tamaño y de origen familiar con un ADN muy evidente y potente, lo cual se evidenciaba en punto de venta e internamente. Caminando por los días de esta empresa me llegó a las manos un programa de la fundación de la organización que al hojearlo me llenó de entusiasmo por los proyectos tan interesantes que allí se relacionaban. Uno de ellos, al que le dedicaré este texto, me pareció particularmente especial y siendo consultor de la compañía me acerqué a los directivos y les pregunté por qué nunca lo habían comunicado más allá de las paredes de la compañía, a lo que me respondieron que no les gustaría que la gente pensara que ellos utilizaban a los beneficiarios del proyecto para ‘mostrarse amigables’.
Ahora les cuento:
En una zona de mi país, Colombia, viven personas en difíciles condiciones pero que con sus sueños por delante caminan por la vida. El proyecto de la fundación se enfocaba específicamente en un grupo grande de madres cabeza de hogar que muy temprano en la mañana despachaban a sus hijitos de muy corta edad para el colegio, los niños de 6, 7 y 8 años salían de la casa cuando aún era de noche y caminaban todos juntos, apretaditos, por trochas en medio de las montañas, tres horas caminaban hasta llegar al río en donde debían pagar al lanchero para que los pasara hasta el otro lado, seguir caminando 45 minutos hasta llegar al colegio. Las madres tiempo después cuando pudimos viajar y reunirnos con ellas nos contaban que solamente tenían el dinero o para pagar al lanchero o para que el niño comiera una vez al día. Lo que mi cliente hizo es lo que hacen los valientes, los que como dice mi mamá ‘quieren, pueden y no les da miedo’, financiar el futuro de esos niños, de esas familias, mi cliente llegó a sus vidas para cubrir las comidas de los niños, el transporte y algo más.
Cuando conocí al detalle el proyecto le propuse a mi cliente una campaña que hiciera visible su esfuerzo y a las personas beneficiarias pero que lo hiciera protegiéndolos a todos. Para eso se eligieron varias líneas de producto a las cuales, por ejemplo en las camisas, les pusimos una cabuyita en el último botón de la parte superior, pegado a la cuerda de fibra iba un pequeño libro en papel reciclado que contaba breve pero potentemente la historia de estas madres y sus hijos. En la última página del libro de dos cuartillas ubicamos un QR code con una URL en la parte inferior para quienes no conocían los códigos, que al ser escaneado o accedida la dirección web, descargaba un video.
El video
Hicimos más de trescientos videos con más de trescientas madres beneficiarias del programa, ninguno superior a un minuto en donde una madre se presentaba muy rápidamente con ese carisma maravilloso que tiene la gente que pese a las adversidades no deja de soñar y de sonreír, diciendo algo así como ésto:
Soy Mariela y le quiero agradecer a usted quien ha comprado esta camisa porque al hacerlo está ayudando a que Maicol, mi hijo, pueda comer más de una vez al día, pueda ir al colegio y estudiar para ser un hombre de bien.
En el caso de Mariela, el niño de 8 años quiso salir en el video diciendo después de su mamá:
Gracias porque yo quiero ser doctor y usted me está ayudando a cumplir mi sueño.
Los puntos de venta de mi cliente con esta campaña se llenaron de niños sonrientes y madres esforzadas y orgullosas de zonas lejanas a los centros comerciales en donde se vendían los productos, pero presentes a través de este mecanismo que los trajo a la vida de miles de compradores que adquiriendo las prendas de su interés los conocieron y, muy seguramente, los recuerdan hasta el día de hoy.
Fotografía de Alex E.