#ALIENADOSDIGITALES N°5. El alma por un like.

… la civilización del espectáculo, que es la de nuestro tiempo, donde el periodismo (como la cultura en general) parece desarrollarse guiado por el designio único de entretener

… el valor supremo de la información ha pasado a ser la de divertir a un público necio y superficial, ávido de escándalos que escarban en la intimidad de los famosos, muestran sus debilidades y enredos y los convierten en los bufones de la gran farsa que es la vida pública. Aunque, tal vez, hablar de “vida pública” sea ya inexacto, pues, para que ella exista debería existir también su contrapartida, la “vida privada”, algo que prácticamente ha ido desapareciendo hasta quedar convertido en un concepto vacío y fuera de uso.

 

¿Qué es lo privado en nuestros días? Una de las involuntarias consecuencias de la revolución informática es haber volatilizado las fronteras que lo separaban de lo público y haber confundido a ambos en un happening en el que todos somos a la vez espectadores y actores, en el que recíprocamente nos lucimos exhibiendo nuestra vida privada y nos divertimos observando la ajena en un strip tease generalizado en el que nada ha quedado ya a salvo de la morbosa curiosidad de un público depravado por la necedad.

 

La desaparición de lo privado, el que nadie respete la intimidad ajena, el que ella se haya convertido en una parodia que excita el interés general y haya una industria informativa que alimente sin tregua y sin límites ese voyerismo universal, es una manifestación de barbarie. Pues con la desaparición del dominio de lo privado muchas de las mejores creaciones y funciones de lo humano se deterioran y envilecen, empezando por todo aquello que está subordinado al cuidado de ciertas formas, como el erotismo, el amor, la amistad, el pudor, las maneras, la creación artística, lo sagrado y la moral.

 

Mario Vargas Llosa – La Civilización del espectáculo –

En los escenarios de la publicidad, el marketing y la comunicación, las marcas se enfrentan al reto diario de ganar la atención de consumidores, targets o lectores / espectadores y ese voltear la mirada tiene tantas causas como consecuencias pero el cómo es el asunto al rededor del cual se formulan las preguntas importantes.

Lo que el texto que cito de Vargas Llosa ilustra es un hecho tan evidente, tan del día a día de marcas corporativas y personales que se ha convertido – o lo está haciendo – en paisaje, en hábito y tiene una inercia nociva y alucinógena. Entrar en la dinámica de escudriñar en la vida del otro, de escanear imágenes, leer textos cortos, de fijar la mirada flácida y morbosa en el timeline en busca de algo fácil de digerir, entrar en la dinámica de propiciarlo, está en el ADN del alienado y del alienante.

Sabiendo que el mundo moderno, en el que coexistimos, el que construimos, obliga al individuo a ser altamente competitivo y para ello lo ubica en el escenario del branding donde el ABC le impone las formas, normas e incluso la necesidad de entenderse, operarse y medirse como marca; sabiendo ésto, es evidente que la velocidad a la que debe transitar por las calles intrincadas de la vida en la que es – o aspira a ser – un ciudadano analógico / digital, es realmente vertiginosa, si no anda con cuidado podría perder mucho mas que su tiempo tras las faldas de un timeline.

Ni el mundo, ni Dios, ni el Papa, y mucho menos los Social Media son culpables de algo ya que estos últimos son un escenario, simplemente eso. Usted y yo somos responsables de amoblar nuestro loft o viendo la novela o el reality de moda o leyendo tal o cual libro. Al final del día somos lo que comemos, leemos, nos ponemos, nos quitamos, lo que entra y lo que sale, somos con quien compartimos y con quien no, lo que tuiteamos, a lo que le damos “me gusta”, lo que aprobamos, lo que censuramos.

… y la felicidad o el fantasma escuálido de su sombra puede estar en casi cualquier cosa, incluso – o sobre todo – en el triste like producto de la mendicidad digital.

¿Estamos comprando lo que nos venden?

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