#ALIENADOSDIGITALES N°6. LOS TIEMPOS MUERTOS

Hace algún tiempo dejé caer el teléfono móvil al agua y su reparación tomó cerca de 30 días, período en el cual al principio me “estaba enloqueciendo” – literalmente – por la cantidad de hábitos asociados diariamente, minuto a minuto al cacharro ese. Hábitos como leer varias veces al día el lector de noticias para estar al tanto sobre los temas que realmente me interesan – en 32 categorías que van desde Academia hasta tendencias pasando por Android, elearning, creatividad y diseño, CRM, historia, marketing, Google, tecnología, etc.-, consultar las actividades programadas en calendario – aquellas que tienen fecha y hora -, consultar las tareas por hacer en el task manager y revisar lo que realizaron y tienen pendiente los empleados que están a mi cargo, ver la evolución de proyectos y campañas desde la plataforma de producción y marketing de la empresa para la cual trabajo y desde aquí generar tareas y ordenes de producción, estar al tanto de la evolución de las oportunidades comerciales vía CRM, consultar movimientos bancarios y chequear vuelos en las aerolíneas, tomar notas de voz, texto e imágenes con Google Keep – nada de papelitos -, usar las redes sociales digitales para las mil y una cosas que sirven, usar mapas para georreferenciar datos, dar uso al móvil como scanner de documentos, realizar hangouts con compañeros de trabajo, clientes, proveedores, familiares y amigos, acceder a las cerca de mil contraseñas vía Google Drive – una diferente para cada recurso, no como mamás y tías que usan la misma de la tarjeta débito para el Hotmail, el candado de la maleta y casi cualquier otra necesidad -, estar al tanto de los movimientos contables de la compañía, acceder a métricas e informes de mercadeo, trabajar colaborativamente en proyectos con empleados y clientes, entre tantas, tantas actividades, todas ellas pequeñas pero importantes – casi olvido hacer y recibir llamadas, enviar y recibir mensajes , usos casi exclusivos dados a sus smartphones por tantos amigos y empresarios conocidos -.

Inicialmente, cuando me paré frente a la situación pensé en reemplazar temporalmente el teléfono por otro pero terminé preguntándome ¿y cómo hacía algunos años atrás cuando no disponía de uno con tantas funcionalidades? seguido de la afirmación ¡claro que debo ser capaz, es sólo cuestión de ajustar hábitos! e inmediatamente empezó la construcción en mi mente de la vida sin este dispositivo.

Es más que evidente que el mundo en que vivimos hoy ha mutado contundentemente con relación al que vivimos hace 10 o 15 años y hoy hemos incorporado la tecnología a nuestras vidas con maravillosos aportes, llegando para quedarse. Formo parte de esto y no deseo mi vida sin los beneficios del hoy pero de ninguna manera acepto y deseo que mueran las buenas formas del ayer, aquellas que en muchos casos nos ayudaban a encontrarnos y definirnos como personas.

Para ilustrar esto doy un ejemplo que resulta adecuado y es el de los tiempos muertos, aquellos que existen en medio de las actividades rutinarias, del día a día.

Hace algunos años cuando nos montábamos en un bus o transporte público y podíamos ir sentados, normalmente sacábamos un libro y cuando mirábamos al rededor habían varias personas igual que nosotros, intentando leer en medio del sube y baja – cuando no era posible no quedaba más remedio que estar de frente a nosotros mismos, solos con nuestros pensamientos -. Hoy vemos las mismas cabezas agachadas pero muy seguramente no se está adquiriendo conocimiento a partir de contenido estructurado sino “hojeando” en redes sociales, viendo fotografías o leyendo y escribiendo pequeños bloques de texto.

La misma imagen podemos verla en salas de espera de aeropuertos, hoteles, cafeterías, restaurantes, e incluso – sobre todo – universidades. Durante esos días sin teléfono, un poco forzado y un poco por voluntad propia tratando de recordar qué pasaba al estar “desconectado”, vi esta misma escena en un restaurante de un hotel y una sala de espera de una compañía: entra un hombre con la cabeza gacha, con la mano abre la puerta y estando ya adentro levanta la mirada y se da cuenta que el sitio está lleno, sintiéndose observado por tantas personas que han volteado la cabeza hacia el nuevo en el lugar; la reacción inmediata de la persona es tocarse el bolsillo, sacar el móvil, dirigir su mirada hacia éste, “botonear” – perderse entre tantos botones sin una acción clara-, agarrar fuerzas y hacer lo que fué a hacer. En otra época, en las situaciones del bus, sala de espera o restaurante, ese personaje para enfrentar el pánico escénico, no ponerse nervioso, tropezar, morderse la lengua y parecer un pendejo, debía ir más allá de su pellejo y encontrar la respuesta allí dentro.

Los tiempos muertos son excelentes oportunidades para conocernos fuera de digital, para volver a escuchar nuestros pensamientos, ponernos cara a cara frente al yo desnudo, darnos un chapuzón de verdad verdadera para salir fortalecidos y entrar nuevamente en la inercia enloquecedora y alienante, aquella que junto al pensamiento relajado (como el avestruz) que prevalece en nuestros días nos hace perder.

Despegarme de ciertos hábitos que intentaron volver cuando el móvil regresó del taller, me permitió escuchar sonidos que había olvidado, recuperar ideas que se habían extraviado, traer nuevamente imágenes a partir de olores y ver pequeñas cosas que de otra manera pasaban desapercibidas, todo más grande e importante de lo que a simple vista aparenta.

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